



Capítulo 3.
La inscripción de la discordia 2.
Y así fue que todos salieron al patio tan particular ya que allí se estaba más al fresco y también se mojaba cuando llovía.


Frodo, muy a desgana, depositó el Anillo a la vista de todos sobre una redonda mesa pétrea.

Entonces Elrond se adelantó y expuso a los allí presentes el inconveniente de tal fastidioso grabado en el Anillo.
-Yo lo soluciono fácil- dijo un enano llamado Gimli-: lo destrozamos y hacemos uno nuevo.
Era un enano muy impulsivo pues, mientras así hablaba, arremetió contra el Anillo y fue tal el hachazo que le propinó que una lluvia de esquirlas destelló sobre la mesa. Y se rompió el hacha claro. Parecía evidente para todos menos para el enano.


Elrond arrugó su cara en una mueca de disgusto ante tan tamaña ocurrencia y pensó que allí el único sabio era él por descontado.
-Gimli, hijo de tu padre, este es el Único Anillo que tenemos a buen haber –se limitó a aclarar con aquella expresión tan adusta que le caracterizaba y añadió-: Mejor sería encargar una nueva inscripción, pero no disponemos aquí de las artes ni de los medios requeridos para ello. Este trabajo de orfebrería tan fino ha de realizarse en las forjas del Monte del Destino, en las tierras de Mordor. Por allí encontraréis al mejor de los herreros y orfebres.

Rayos y centellas… La que se armó luego. En el patio todos se incorporaron de sus asientos y se posicionaron alrededor de la mesa y como respuestas solo se oían murmullos de asombro y desavenencias crecientes porque nadie quería ni ir tan lejos ni caminar o cabalgar tanto.


-¡Secundo la propuesta de Elrond! –vociferó Aragorn, hijo de su padre- pues la inscripción del Anillo solo responde a su hacedor -añadió con regia serenidad-. Esperemos al menos hallarlo de buen temple a nuestra llegada porque como bien sabréis su humor es tan variable como las cicatrices en el rostro de su vasallo Gothmog, el orco.

-No se llega así como así a Mordor y a esa montaña infernal -habló esta vez un hombre llamado Boromir que también era hijo de su padre y que a Frodo le pareció o muy indignado o muy estreñido-. Además de ser un viaje muy largo, el hotel más cercano, Barad-dûr, no tiene buenas vistas. Desde sus ventanas solo se ve un paraje seco, inhóspito y baldío, por no mencionar el aire infecto que allí se respira. Sobre sus habitantes, los orcos, solo tengo para ellos mis más sinceras alabanzas porque a todo viajero que se adentre en su territorio lo agasaja y lo lleva prontamente para hospedarlo en el hotel o en alguna villa aledaña.


-No seas tan trágico Boromir -interpeló esta vez un elfo llamado Legolas y del que Frodo pensó que se le había ido la mano con la decoloración del pelo, seguramente sugerencia de su padre Thranduil, del que por supuesto también era hijo y cuyo sobrenombre era “El Elfo Platino”-. Al menos tendremos estancia gratis –y su sonrisa, que le llegaba de oreja a oreja, delataba que se deleitaba en esta idea pues corría el rumor por la Tierra Media de que a los elfos les complacía por sobre todas las cosas mirar las estrellas, cantar y tumbarse a la bartola y, ¿qué mejor que ir a parar a un lugar donde sus habitantes, los orcos, te agasajan de aquella manera tan complaciente descrita por Boromir?

A todo esto, Elrond, como el más sabio que era, meditaba sobre aquella reunión y sobre si convocarla había sido o no un error por su parte. Y la lógica de su pensamiento le decía que entonces ya no era el más sabio. Pero no dijo nada, y puesto que nadie cayó en la cuenta, su reputación continuó intacta.

-Yo lo llevaré- dijo Frodo, que se incorporó impelido de su asiento como si en su trasero tuviese un resorte, lo cual le hizo sospechar que fuese cosa del viejo mago impertinente. Pero ya no podía retractarse de lo dicho y, aunque nadie lo sabe, luego se arrepintió y mucho. Mas en aquel momento se dijo para sí mismo que así podría disfrutar un poco más de aquel Anillo tan peculiar.

Aunque en realidad Frodo albergaba aún la esperanza de tropezar durante el largo viaje con Harry Potter para mangarle la capa, y de paso, la vara y la escoba. También pensaba que así se libraría de una vez por todas de aquel chinchoso mago. Nada más lejos de la realidad. Todavía andarían un buen trecho juntos.



Y fue así como se formó una compañía de nueve para llevar el Anillo a Mordor. Y no… No eran los Nazgûl.

Más adelante se les uniría, aunque guardando las distancias, una criatura llamada Gollum. Frodo no logró entender del todo porqué se les unió y hasta se ofreció más adelante a guiarlo hasta el Monte del Destino. Pero sospechaba que debía guardar relación con unas palabras que esta criatura no dejaba de repetir: «mío, mi tessoro, mi inssscripción».

Frodo dedujo tan sabiamente como hubiese podido haber deducido Elrond que Gollum tampoco estaba conforme con las letras grabadas y que ese fue el motivo de que se ofreciera como guía. Además, confirmaba su anterior sospecha sobre lo que hacía tan peligroso la posesión de ese Anillo: todos querían añadirle su inscripción personalizada.
Así pues todos salieron de Rivendel, dejando intacto el renombre de Elrond.

Fin de Capítulo.
